El príncipe Rhaegar ascendió al poder una semana antes de la llegada del inverno del año 283 después de la conquista de Aegon. Su herencia fue un patrimonio desmembrado por una larga y cruenta guerra civil, conocida como la Rebelión de la Mano, que había dejado heridas irreparables. En aquellos días Desembarco del Rey era la viva imagen del reino: una tercera parte de la ciudad había ardido hasta los cimientos y aún podían contemplarse pequeñas nubes de humo alzarse hacia el claro cielo, restos de la mayor catástrofe que había asolado la ciudad desde la Gran Epidemia Primaveral. Era éste el último legado legado que Aerys –al que incluso los leales a Targaryen terminaron concediéndole el epíteto rebelde de Loco– dejó al reino.
La Rebelión comenzó en el Torneo de Aguasdulces. Allí fue encontrada una señora del norte, secuestrada meses atrás cuando todo el reino se reunía en el afamado Torneo de Harrenhall. La fragilidad del gobierno de Aerys II se había destapado como evidente, tras la huida de la princesa Elia Martell de la ciudad y la marcha del Príncipe Rhaegar a Dorne, tratando de evitar un cisma en el seno de la familia real. Hoster Tully fue llevado a Desembarco del Rey y acusado injustamente de un crimen que más tarde se descubriría como una treta de los Frey para debilitar el poder del señor de Aguasdulces en la ciudad de los Ríos. Ser Brynden Tully se negó a aceptar la situación, alzando a las casas vasallas en armas. Fue cuando la que había sido Mano del Rey durante casi dos décadas, Tywin Lannister, se alzó en armas para apoyar a las truchas, envalentonado por la ofensa recibida al casar el rey a sus dos hijos mellizos, extendiendo a su familia un privilegio que solo habían ostentado los Targaryen hasta entonces.
Durante tres años la conducta errática del rey condujo a la casa Targaryen al borde del desastre. Solo Rhaegar, el príncipe heredero, consiguió detener la rebelión, con la ayuda de su íntimo amigo, Lord Jon Connington. Tras la caída en desgracia de Ser Willem Darry y Lord Jon Arryn, los principales apoyos de la corona, el díscolo y joven señor de la Tormenta fue nombrado Mano del Rey, pese al apoyo abierto que había mostrado hacia Hoster Tully. La llegada a Poniente de la Compañía Dorada decantó la guerra y en dos victorias, contra Robert Baratheon y Tywin Lannister, se aseguró la supervivencia de los dragones. Más dos traiciones se fraguaban.
La paz hubiera sido imposible mientras Aerys Targaryen siguiera en el trono. Doran Martell había sido torturado hasta la muerte en las mazmorras de la Fortaleza Roja y el cuñado del príncipe, Oberyn Martell, jamás le perdonó sus desaires a la princesa en Harrenhall y en más de una vez, la alianza Targaryen-Martell estuvo cerca de quebrarse. Solo las promesas del príncipe pudieron mantener el delicado equilibrio intacto. Tras las victorias en el campo de batalla solo quedaba destronar al Rey Loco, pero Rhaegar sabía que eso jamás sucedería, no con ayuda del ejército Martell, no sin miles de víctimas más. Suya era la Canción de Hielo y Fuego, sabía que el matrimonio con Elia había llegado a su fin y que el hijo que esperaba Lyanna Stark sería la tercera cabeza del dragón. No aceptaría las condiciones de su cuñado, que le instaba a exiliarse tras la guerra. Rechazó su propuesta de conducir a sus ejércitos por la ciudad y optó por el engaño. Una vez dentro de Desembarco del Rey, sin el apoyo de sus hombres, nada pudo hacer Oberyn ante la locura de un rey demente que había decretado como traidores a todos los Martell. Frente a las puertas de la ciudad fue ejecutado, junto con los que trataron de defenderle, entre los que se encontraba Jon Connington.
La última de las traiciones fue de un hijo para con un padre que había tocado fondo perdonando al hombre más peligroso del reino, devolviendo a su antiguo amigo y cabeza de la rebelión, su puesto de Mano del Rey. Introdujo a sus hombres en la ciudad, mató al Lord Comandante de la Guardia Real cuando se negó a rendirse y tomó la Fortaleza Roja. Miles de hombres se salvaron, cuando el Príncipe evitó que los ejércitos entraran en la ciudad, pero condenó a todos su hermanos. El rey Loco se había preparado, temeroso de la influencia Martell en su hijo. Una gran explosión voló el Salón del Trono y se llevó la vida de todos los Targaryen puros, excepto uno. Rhaegar Targaryen se desposó con Lyanna Stark, legitimando y nombrando heredero al hijo que había tenido con ella. Los Stark debían de sustentar su futuro reinado, el Norte debía de ser la piedra angular de su legado.
Por fortuna para Rhaegar, los caprichos de su padre no tuvieron tanto coste monetario como político y las arcas del reino estaban razonablemente llenas. No obstante, los gastos a afrontar eran considerables. Únicamente con aplacar la insaciable sed de oro y tierras de los mercenarios de la Compañía Dorada, sabedores de su poder y de su decisiva importancia en la guerra; la reconstrucción de la capital como símbolo del poder real era indispensable y además, debían entregarse numerosas recompensas y compensaciones para los nobles que habían probado su lealtad para con la Casa Targaryen. Pronto quedó patente para el joven monarca que las acuciantes necesidades del reino iban a dejarle con muchos menos recursos de los que deseaba para los proyectos que tenía en mente.
Para hacer realidad sus designios, Rhaegar se rodeó en su mayoría de hombres jóvenes y vigorosos, en una clara declaración de intenciones y buscando eliminar cualquier tipo de influencia que pudieran tener los hombres de confianza de su padre. Ser Myles Mooton fue nombrado como nueva Mano del Rey, y Lord Stannis Baratheon sustituyó a Petyr Baelish como Consejero de la Moneda. En memoria de su difunto primo, Rhaegar nombró como Consejero de Edictos y Leyes a Lord Ronald Connington, aunque pronto quedó decepcionado ante su desempeño y lamentó amargamente no haberle entregado el puesto a un buen norteño, para congraciarse con el hermano de su mujer. El veterano Barristan Selmy tomó el relevo del mítico Toro Blanco como Lord Comandante de la Guardia Real y Lord Gerold Grafton fue investido como nuevo Consejero Naval. A pesar de los esfuerzos del nuevo monarca por librarse del Gran Maestre Pycelle, a quien el nuevo rey consideraba débil y mezquino, la Ciudadela nunca cedió a sus peticiones, y Rhaegar aceptó su presencia con mal disimulada amargura. Sólo el intrigante eunuco Varys sobrevivió al cambio de régimen como Consejero de Rumores y mucho en ello tuvo que ver su apoyo al mismo y sus innegables dotes para la intriga y el espionaje, así como sus valiosas y numerosas redes de espías. En la ciudad, Ser Richard Lonmouth tomó el mando de los Capas Doradas.
Los principales esfuerzos de Rhaegar se centraron en los feudos reales sobre los que tenía control directo, dejando gran libertad a los señores de las Grandes Casas para organizar sus tierras. Su plan de reconstrucción de Desembarco del Rey fue muy ambicioso, y mandó llamar a arquitectos y delineantes de Antigua y las Ciudades Libres para remodelar la capital de manera moderna y meticulosa. Fueron muchas las gentes acaudaladas que aprovecharon a mudar sus residencias a los barrios de nueva planta y pronto el vulgo empezó a diferenciar entre la Ciudad Vieja y la Ciudad Nueva. Como lugar emblemático, contaba esta última con una gran plaza circular y porticada , presidida en su centro por una estatua en honor a los caídos en la última guerra civil. Mientras los trabajos de reconstrucción tenían lugar, Rhaegar se aseguró de que las miles de personas sin hogar tuvieran techo bajo el que refugiarse y muchas además se beneficiaron de las entregas gratuitas de alimentos que se dispensaron los meses posteriores al incendio de Desembarco, producido tras la explosión, para paliar las miserias de las familias que habían perdido todo. En ocasiones, llegaba a entregar estas ayudas la reina Lyanna en mano, en las plazas más concurridas de la capital. La popularidad entre las clases populares de la ciudad de los jóvenes reyes por su cuidado y generosidad llegó a cotas nunca vistas en la dinastía Targaryen.
Fuera de la capital, Rhaegar intentó tímidas medidas de centralización sin éxito alguno, pues contaron con casi la entera oposición de sus señores feudales. Quizá su logro más grande fue la construcción del camino empedrado que uniría Poza de la Doncella con el viejo camino Real que pasaba por Darry en dirección a Invernalia. Rhaegar optó por estimular el comercio, reduciendo los impuestos a las clases comerciantes, dotando de menos impedimentos a los hombres libres para desplazarse y otorgando cartas de población con ciertos privilegios a diversas villas y enclaves importantes. Los Velaryon supieron ver en estas nuevas leyes grandes oportunidades y las villas de Casco y Villaespecia resurgieron de la nada, y sus veleros pronto volvieron a surcar el mar Angosto cargados de riquezas, llegando incluso a Volantis, aprovechando la debilidad mostrada tras la guerra por las Ciudades Libres. La ciudad más beneficiada de todas fue Poza de la Doncella, y mucho tuvo que ver en ello que su actual señor, Myles Mooton, tuviera voz en el Consejo Privado y supiera administrar sus prebendas con prodigiosa habilidad. Habiéndose liberado la Casa Mooton de la autoridad de Aguasdulces, que aún regía sus tierras con muchas leyes legadas de la época en la que el Tridente tenía sus propias leyes, consiguió zafarse de una vez por todas de las rígidas leyes que dificultaban el establecimiento y naturalización de nuevo residentes en los municipios y por tanto hacían casi imposible la consolidación de grandes ciudades. En apenas quince años, Poza de la Doncella quintuplicó su población y se convirtió en el principal foco de comercio en la boca del río Tridente, arruinando las tierras de Salinas y las colindantes que se hallaban sometidas a control Frey. Rhaegar contribuyó con oro real a construir un puerto en este enclave, y aunque muchos lo vieron como un gesto para con su amigo y Mano del Rey, en secreto el rey lo veía como una nueva plaza donde poder amarrar la Flota Real de manera segura y donde desembarcar tropas, llegado el momento. La misma Flota Real recibió un gran cuidado y se engrandeció y prosperó, como principal garante del comercio marítimo que atravesaba el Mar Angosto.
Al margen de las Tierras de la Corona, el nuevo monarca únicamente puso especial interés en las frías e inhóspitas tierras de la Guardia de la Noche; para sorpresa de muchos, pues sólo el círculo más íntimo y cercano de Rhaegar conocía que era la de preparar al continente para la inminente lucha por la vida que se avecinaba desde el más allá del Muro, o eso presagiaba en los largos banquetes nocturnos el joven rey. Dotó de más efectivos a la institución y rehabilitó muchos de sus viejos fuertes y castillos; e inclus honró a la propia institución otorgándoles dos visitas, en los años 286 y 296. También autorizó el envió de una misión de septones a Skagos para «civilizar» la isla, convertida recientemente por su padre en feudo real, pero más allá de unos pocos individuos, no tuvieron éxito.
En cuanto al resto de los Siete Reinos, su suerte fue dispar. El principal valedor del poder real fue el Norte, pues su señor estaba directamente emparentado con la nueva y flamante joven reina, y Rhaegar se esforzó en devolverles la confianza, sabedor de la tremenda importancia que estas tierras podrían tener en la inminente guerra por el amanecer. El nuevo Lord Stannis Baratheon también fue un fuerte partidario de la Corona, pues de las grandes Casas que se habían alzado contra ella era la única que, junto al Norte, no había sufrido castigo por ello. Las tierras de los Ríos, como Rhaegar esperaba, se convirtieron en un polvorín. Los Frey gobernaban con puño de hierro las nuevas tierras que habían recibido e incluso trataban de ampliar sus dominios, entrando al juego de las provocaciones de los Tully e intentándose colocar como víctimas frente a la Corona, y Myles Toyne, con una mentalidad propia de un señor de la guerra, ocupaba territorios de los Frey y Tully sin distinción alguna para repartirlos entre los miembros de su compañía. En más de una ocasión la sangre llegó a la tierra y en más de una ocasión la autoridad real tuvo que intervenir para que los conflictos locales no derivasen en una guerra a gran escala, pero nadie en el Tridente estaba conforme y Rhaegar sabía que era cuestión de tiempo que la paz saltase por los aires en algún momento de su reinado.
En lo que respecta al Occidente y al Dominio, sobre ellos recayeron las principales cargas fiscales correspondientes a las reparaciones de guerra que el rey Rhaegar les exigía para premiar a sus señores leales. A pesar de todo, Lord Jaime Lannister mantuvo al Oeste fuerte, unido, próspero y cohesionado bajo su mando, pero los Tyrell de Altojardín no podían decir lo mismo, pues la pérdida de Antigua, Colina Cuerno y varios castillos más habían medrado su poder y autoridad, aunque no todos los señores que se habían librado de los lazos de vasallaje a Altojardín eran leales a la Corona. Lord Leyton Hightower se encerró en Torrealta, y aunque respondía con cordialidad a las misivas que Rhaegar le enviaba y solía intervenir como mediador en las demandas de libros que el monarca demandaba a la Ciudadela, jamás se le vio demasiado interesado en los asuntos del reino.
En las tierras del Valle y la Montaña la Casa Arryn siguió a la cabeza del mismo tras reafirmar su autoridad en el Gran Consejo que el Rey Loco había convocado y que Rhaegar había mantenido para que los señores votasen quién les debía gobernar. Lord Elbert Arryn, sin embargo, no olvidaba que la Corona les había arrebatado las Tres Hermanas y muchos señores del Valle habían mostrado su preferencia por los Grafton de Puerto Gaviota, y para algunos pareciose instalar una línea invisible que dividió al Valle en dos.
En cuanto a Dorne, tras unos meses de incertidumbre, se llegó a un acuerdo de paz conseguido por la Mano del Rey, pues ni Rhaegar tenía ni los medios ni la voluntad para iniciar una larga y cruenta guerra con Dorne ni Elia contaba con los apoyos suficientes para colocar a Aegon en el Trono de Hierro. Aún así aquella paz requería la presencia de toda la descendencía del rey en la capital, Elia Martell debería entenderlo, por el bien de los Siete Reinos. La princesa y su descendencia Targaryen-Martell no fueron encontradas y pese a que Rhaegar sabía que el problema no desaparecería aceptó la sumisión de la joven Princesa de Dorne y la hija del difunto Doran Martell. El comercio entre Dorne y el resto del continente se interrumpió, de cuando en cuando algún mercante ponientí desaparecía del mapa mientras navegaba cerca de sus costas; pero Rhaegar no tomó ninguna acción al respecto, por mucho que algunos señores le insistieran en tomar los Peldaños de Piedra y asfixiar el comercio dorniense con el resto del mundo.
Las Islas del Hierro aceptaron la paz y reconocieron la supremacía de Rhaegar, pero los isleños siguieron con sus asuntos, como de costumbre, ajenos en apariencia a la política del continente. El rey tampoco hizo muchos esfuerzos en intentar sacar de su aislamiento a unas gentes que consideraba bárbaras y carentes de cualquier clase de disciplina o compromiso.
A nivel personal, bajo líneas generales la vida del monarca fue fructífera, pues estaba rodeado de sus amigos más cercanos y por la mujer de su vida. El pueblo, con especial hincapié en Desembarco le ama. La historia del hijo que se enfrentó a su padre y a la gran mayoría de los señores de los Siete Reinos era cantada en todo el continente, solo rivalizaba en fama con la de Lord Jon Conningon, figura que enmarcaba la caballería y que Rhaegar se esforzó por extender. Al pueblo le encantaba la historia de los amigos separados por un padre y que había llegado a su fin cuando el caballero del grifo dio su vida incluso para defender a un dorniense que pretendía conducir sus tropas por la misma capital.
Los dos jóvenes monarcas se complementaban a la perfección y el fruto de su ardiente pasión no tardó en llegar. Pronto las más que justificadas dudas sobre los pocos miembros vivos del linaje Targaryen quedaron disipadas, pues en el espacio de quince años dos hijos más, aparte de Aemon, vinieron al mundo: Daenerys y Jaehaerys. Hasta el final de sus días Rhaegar se vería perseguido por la misma profecía que había dado por hecha, sin saber cuales debían de ser las cabezas del dragón que acompañarían a la de Aemon Targaryen.
El rey mantenía una relación por correspondencia con su tío Aemon Targaryen y mucho divagaban sobre el futuro del reino y sobre las antiguas profecías que habrían de cumplirse en la generación que estaba por llegar. El dragón que nació junto al joven Aemon, el que era considerado por muchos el Príncipe que Fue Prometido creció a la par que su dueño. Pronto hubo de adaptarse el abandonado Pozo Dragón para hacer de él su morada, pero Rhaegar prohibió que se le encadenase ni que se le tratase como a una bestia común y ordenó tirar los restos de los techos que quedaban de la titánica edificación, y allí, en una larga explanada rodeada de las paredes exteriores de la vieja estructura hizo el dragón su lecho y morada. Fue llamado por Rhaegar Rhyrr pero los habitantes de la capital lo llamaban la Perla Negra, por sus brillantes escamas de ónice que relucían ante el sol, y lo temían tanto como lo reverenciaban, pues se sabían seguros y se decían entre ellos que una ciudad defendida por un dragón no podía caer jamás.
Pese a todo, la felicidad de Rhaegar se fue apagando y finalmente solo conseguía recuperar la alegría en los brazos de Lyanna. Sus logros fueron quedando atrás, ensombrecidos por el coste de su victoria y las que estuvieron por llegar. Poco a poco su figura fue desplazada por la de Lyanna y Lord Stannis como fuertes del reino y Rhaegar pasaba cada vez más tiempo encerrado en la Fortaleza Roja, recuperada ya del último acto de un rey loco que ensombrecería para siempre su legado.